Elegir Salvarse


Hay un optimismo recalcitrante que nos empuja a creer que podemos elegir salvarnos ante cualquier catástrofe. Se puede encontrar entre los optimistas un claro sesgo de género, hay tipos que se ven capaces de ganarle a Serena Williams en la pista.

Pero no está libre de esta flipadura la mujer que piensa que vivíamos mejor cuando debíamos pedir permiso para abrirnos una cuenta en el banco, si a cambio podíamos dedicarnos 24/7 a la crianza sin temer que se paralizase nuestra carrera laboral, porque no la teníamos. Por alguna razón, cuando nos imaginamos viviendo épocas pasadas nos imaginamos entre el 1% de quienes sobrevivían al parto, a una gripe o a una infección de muelas.

La nostalgia tiene algo de primavera, de solete en la cara, de salón cálido en invierno y terraza con brisa en verano, de otoño de postal.

Hace años me crucé a una familia visitando el memorial de Auswitch, frente a las imágenes en las que reían y comían cerezas los nazis que gestionaban los campos de exterminio. "Ves hija, siempre hay que saber elegir dónde estar", dijo la que supongo era la madre a una hija igual bronceada que ella en pleno marzo.

Esa tipa llevaría una hora, o más, dando vueltas entre los horrores del holocausto y al ver a los nazis comer cerezas, creyó que estaba más cerca de quejarse del olor de las chimeneas que de alimentar el fuego.

Salvando las distancias, también habrá quien crea ante las urnas que está más cerca de poder pagarse un seguro privado que de morirse en una lista de espera. Como hubo quien creyó que merecía irse a la playa en plena pandemia porque quienes ponen el cuerpo, quienes se contagian, siempre son otros.

Al igual que hay quien cree que nunca ha bebido demasiado como para coger el coche, o que nunca está la luna lo suficientemente llena como para usar condón. Quizá, tenga que ver esto último, con la posibilidad de creer que si no hay plazas en la escuela infantil pública, quien dejará de trabajar no serás tú, porque lo hará otra, porque ya vendrá alguien a criar tus hijos dejando de ver a los suyos.

Hay demasiada gente con la convicción de que pueden llegar los recortes sin que ellos los noten, que para frenar la sequía basta con cerrar el grifo mientras se cepillan los dientes. Y que da igual lo que programe el cine del barrio,porque ellos solo ven cine bollywoodiense en versión original en su tele 4K. Después de ver Slumdog Millonarie se quedaron con que quién quiere y se esfuerza, puede.

De sus derrotas vitales culpan a los políticos que suben los impuestos. A la Ley de Igualdad que promociona a las mujeres y no a ellos, que no cogieron el permiso de paternidad porque lo dan todo por la empresa. Al feminismo que empodera a su cuñada y tiene puteado a su hermano.

Hay quien cree, frente a las urnas, que puede apoyar al fascismo y acabar comiendo cerezas lejos del polvo de las cunetas y preguntándose de dónde vendrá ese olor a carne quemada.


Aida dos Santos, 11/07/23