Mark Fisher - Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa? por Juan Iturraspe

Son ya muchas las voces que han invocado su nombre y cual significante ha traído al compás oscilante una batería imaginaria de alto calibre. Me hallo, en el siguiente texto, con la tarea de dar unas pinceladas de lo que, Mark Fisher, expone en uno de sus primeros libros Realismo Capitalista, cuyo subtitulo, ¿No hay alternativa?, da indicios de la travesía que se abre ante su mirada. Este libro publicado en inglés el 2009, mismo año en el que se publicó The Resistible Demise of Michael Jackson, en el que se cuestiona sobre el estatus del punk rock tras la implosión dentro de la industria musical del pop ecléctico de Michael Jackson.

Pero ya, desde hacía tiempo, Fisher se había dedicado a publicar sus indagaciones en un blog titulado K-Punk, el cual vio la luz en formato físico, con dos volúmenes, en inglés en 2018 y 2019 publicado por la editorial Repeater Books y en español, por la editorial Caja Negra, la cual a publicado la mayoría de sus obras, lanzó al público sendos volúmenes en 2019 y 2020.

En esta ocasión, con la impecable traducción de Claudio Iglesias y el prólogo, más que introductorio, de Peio Aguirre, tenemos el acceso a una obra que bien podría considerarse un llamado de atención, de conciencia, en mitad de una cotidianeidad que no cesa de derrumbarse, donde el único sentido que reina es el de la esperanza sin sentido[1]. No hay verdaderas modificaciones sino más bien un intento constante por la preservación de la cultura y sus tradiciones en un infierno tecnológico que, adosado a la maquinaria neoliberal, posterga y difumina la posibilidad de pensar/desear[2] una alternativa al capitalismo.

Recogiendo la mecha de Fredric Jameson y Slavoj Žižek sobre cómo es más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, nos invita a contemplar efectos desde los que podríamos planear un exilio estando alerta de las consecuencias negativas a las que podríamos llegar. Del mismo modo que Deleuze y Guattari en Mil Mesetas apuntan a una prudencia al dirigirnos a lo real, Mark Fisher toma la narrativa de la ciencia ficción y la música alternativa como lugares de experimentación proyectiva desde los cuales esbozar un llamado a los planos de inmanencia.

Pero, ¿qué es el realismo capitalista? La respuesta guarda ciertas resonancias con los ya mencionados desarrolladores de las máquinas deseantes. En palabras de Fisher,

el poder del realismo capitalista deriva parcialmente de la forma en la que el capitalismo subsume y consume todas las historias previas. Es este un efecto de su “sistema de equivalencia general”, capaz de asignar valor monetario a todos los objetos culturales, no importa si hablamos de la iconografía religiosa, de la pornografía o de El capital de Marx.[3]  

Una imagen del mismo podría ser la que renglones más abajo compara con la sala de trofeos que encontramos en las naves de la saga de Predator o la aberración cárnica y alienígena de La Cosa[4] de John Carpenter[5]. Dicho con otras palabras, la capacidad de metabolizar del capitalismo desacraliza de tal modo que hace indiscernible la posibilidad de pensar/desear[6] algo por fuera de él más sin llevarnos a nosotros por delante, como bien se ejemplifica en las películas apocalípticas.

La estasis misma a la que nos conduce el realismo capitalista será el punto neurálgico desde el cual, revisando sus efectos, Fisher hilvanará referencias literarias, cinematográficas y del pensamiento interdisciplinar de finales del XX y principios del XXI.

De este modo nos encontramos un comentario sobre la película del estudio Pixar, Wall-E, en el que, acompasado con el concepto de interpasividad de Robert Pfaller nos interroga a nosotros como espectadores de ser participes del consumo de narrativas anticapitalistas cuyo resultado no es más que la impunidad que supone la asunción identitaria de una trama, que cual pastiche, tapona la posibilidad de concebir, efectivamente, un exilio o un punto de fuga. Fisher nos recuerda que “la tarea de la ideología capitalista no es convencernos de algo (esa sería la tarea de algún tipo de propaganda), sino ocultar el hecho de que las operaciones del capital no dependen de algún tipo de creencia subjetivamente compartida”[7] y añade en la misma página, “el estalinismo o el fascismo no pueden concebirse sin la propaganda, pero el capitalismo sí, y perfectamente: incluso, la propaganda suele sentarle mal y quizás el realismo capitalista funcione mejor cuando nadie lo defiende”. Con esto señala que las burocracias dignas de un relato de Kafka[8] o las dictaduras fascistas necesitan de un soporte imaginario, mientras que con el capitalismo este complemento atenta contra su capacidad devoradora, ya que no se trata de expandir un imperio sino de sostener el Imperio a pleno rendimiento. ¿Cómo? Con nuestra cooperación. Y es precisamente a ello, a esa existencia, lo que Tiqqun llamaría el Bloom, a lo que se refiere como actitud cómplice al nivel del deseo[9].

En el tercer capítulo titulado “El capitalismo y lo real” caracteriza el realismo capitalista como una atmósfera que condiciona el pensamiento/deseo[10]. La propuesta que en este capítulo se desarrolla resuena a la ya mencionada por Deleuze y Guattari cuando se refiere a la experimentación de lo real como aquello que, ahora con Fisher, subyace a la realidad que nos presenta el capitalismo[11], como podría ser la crisis climática, el constante y creciente fluyo de migrantes o, como se verá más adelante, el pormenorizado papel social que se le otorga a la educación o las enfermedades psíquicas. Señalar aquellos frentes que se le vuelven en contra, los efectos de sus mismos defectos al encarnar el instinto de muerte que se regula mediante distintas crisis económicas, aunque, desde la del 2008 hasta ahora con la de la pandemia, el capitalismo y la economía política neoliberal se nos presentan como un dúo senecto por más que la muerte les rejuvenezca[12].

En el cuarto capítulo, siguiendo la tónica de estasis generalizada provocada por el realismo capitalista apunta ahora la participación activa de los sujetos pasivos anudados, anclados en la red, o Matrix como señala Fisher. En esta exploración con abundancia de ejemplos puntualiza estados afectivos como pueden ser el aburrimiento, la obsesión por el control, consumo desaforado y la entrada plácida al lenguaje electrónico y su consecuente dislexia, entre otras. La circulación del deseo, como imperativo especular del instinto de muerte del realismo capitalista, no puede decaer, por ello la Matrix siempre está al alcance[13]. De ahí que la impotencia del deseo no provenga de la imposibilidad de satisfacción de un goce genital, absoluto, sino precisamente por no hallar suficientes cabos por los que deslizarse para mantener activo el deseo. Dicho con otras palabras, no se padece porque se busca sino porque se encuentra. Esto conlleva la impotencia reflexiva[14] y el inmovilismo.

Al compás de lo dicho, en el siguiente capítulo Fisher señala otra veta por la que el realismo capitalista ha ido evolucionando, desde el fordismo al posfordismo una de las “ventajas” que se obtuvieron fue la de la flexibilidad en todo ámbito, tanto empresarial (descentralización de la producción, no solo a países tercermundistas sino también el teletrabajo o el nomadismo laboral) como del ocio con la actualización vertiginosa de las tecnologías de la información. De este modo, como señala Fisher, “lo normal es pasar por una serie anárquica de empleos de corto plazo que hacen imposible planificar el futuro”[15], es decir, el futuro queda cancelado por, como ya señaló Tiqqun en La hipótesis cibernética, una serie de proyectos de media o corta duración, los cuales proliferan en el campo de las TIC y la producción mercadotécnica. Como señala Fisher esto se debe a las protestas de los trabajadores cuyas quejas rondaban el querer desempeñarse fuera de la empresa, y que ella no fuese un todo absorbente como se destilaba en el fordismo. Los jefes autoritarios desaparecieron y dio comienzo la era del jefe blando, de la persuasión suasiva, tales como Michael Gary Scott de The Office.

Como consecuencia del posfordismo lo que nos encontramos son, no sujetos esquizofrénicos, sino bipolares, los cuales caracterizarían la propia dinámica del realismo capitalista posfordista como indica Fisher con los estudios de Marazzi[16]. Esto se enarbola con una crítica a la psiquiatría en el cual proscripción de chalecos químicos lleva obviamente a la despolitización, a la estasis.

Ante este panorama la solución que propone Fisher es la de repolitizar el ámbito de la salud mental por parte de la izquierda aduciendo no a las consecuencias individuales de una biografía edípica sino reconociendo en la articulación propia de las patologías su vertiente condicional política y económica para otorgarle una consistencia al realismo capitalista.

Siguiendo con la lectura Fisher proclama, como ya lo hicieron Deleuze y Guattari la aparición en el campo político de un Real crítico que permita ir más allá del ser-supuesto-saber como se supone al Gran Otro, precisamente por la caída de las creencias que a éste se le atribuyen, no precisamente por la caída de los líderes como representantes de este sino en todos los reemplazos o representaciones que se hacen del mismo y que sustentan su figura. Producir, como dirá con Baudrillard, una hemorragia de lo Real[17]. Allí donde queremos ser mirados, evaluados[18], certificados, etc… hallamos la figura del Gran Otro, no hay nadie realmente, sino una invocación imaginaria y simbólica que, ha medida que las tecnologías de la información han avanzado, hay más formas de dirigirnos al Gran Otro. De este modo, el neoliberalismo no está en contra del Estado, como garante del ser-supuesto-saber, un chivo expiatorio al cual el votante dirige sus quejas en vez de al sistema[19], sino en un empleo particular de los fondos públicos[20]. De este modo se conserva el carácter descentrado del capitalismo global que Fisher compara con un call center al estilo laberíntico de las burocracias por las que se diluía Josef K.

Mark, con esta explicación nos aclara que el centro mismo del realismo capitalista carece de voluntad por ejercer ningún tipo de ética, ningún tipo de responsabilidad. Es por ello que propone “cargar las tintas nuevamente en la estructura”[21] para señalar la falta estructural misma del realismo capitalista de la cual es cómplice la economía política neoliberal.

Esta carencia de responsabilidad estructural del realismo capitalista tiene sus efectos en lo que podríamos llamar tatemae (たてまえ) o interés fingido[22] y complaciente, donde la escucha pasa a un segundo plano siendo el primero aquel fantoche superyoico por guardar las apariencias ante la mirada del Gran Otro. Pero, del mismo modo que se critican este tipo de conductas se vuelve a inferir en el error, ya que las causas estructurales pasan desapercibidas. Por ello no hay que obviar los chivos expiatorios sino ir más allá[23] de, por ejemplo, Patrick Bateman de American Psycho.  

Por último, señala la pérdida de lo extraño, lo inesperado del propio deseo por la saturación sentimental, la orientación emocional (que no moral) del inflado Yo. No hay una asunción de ciertos riesgos[24] con respecto al deseo y lo real si no es mediada por una supernanny estructural. Ante esto, para confrontar esta figura es precisa una supernanny marxista que rivalice en el campo de los afectos permitiendo la emergencia de un nuevo sujeto político que haga con su aparición una transformación del terreno en un lugar de disputa, de guerra sentimental[25].

Esta versión propuesta por la editorial Caja Negra ha agregado dos textos titulados La privación del estrés y Deseo poscapitalista, del 2011 y 2012 respectivamente. Por resumir sendos escritos, en el primero Fisher nos presenta como el estrés no sólo es creado sino gestionado, gubernamentabilizado por los dispositivos (saberes y prácticas) estatales permitiendo de esta forma el mantenimiento de “cierta” homeostasis que linda los límites del placer y el goce. En el segundo, recurriendo a los escritos de Nick Land, de forma propositiva, nos alienta a imaginar un futuro poscapitalista en el que el residuo comunista intrínseco del avance capitalista sea deseado/pensado. Para ello es preciso hallar aquellos puntos de fuga que permiten la subversión de toda inhibición de los procesos de desestratificación permitiendo así la apertura a futuros nuevos. En este último texto hay una línea que, considero, marca una tendencia interesante hacia una corriente de pensamiento estético y político que parece haber caído en el olvido. En la cita final de Fisher a Fréderic Chaubin y su libro Cosmic communist Constructions Photographed del 2010, dice lo siguiente: “Ni modernos ni posmodernos, como sueños que flotan libremente, aparecen en el horizonte, apuntando a la cuarta dimensión”[26]. Veo aquí una veta por la que los estudios del metamodernismo de la mano de Timotheus Vermeulen y Robin van den Akker podrían hacer un aporte significativo.


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[1] Fisher, Mark (2018) Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (trad. Claudio Iglesias) Buenos Aires: Ed. Caja Negra. p.23

[2] Deleuze, gran influencia de Fisher, se puede notar no sólo en esta referencia sino en el mismo esfuerzo por localizar los puntos de fuga que halla en los efectos del realismo capitalista.

[3] Ibid., p.25

[4] Dirá en la misma página que el realismo capitalista es algo así como “un extraño híbrido de lo ultramoderno y lo arcaico”, pero no refiriéndose a un inicio concreto sino precisamente a su carácter vacuo, como una falta estructural, que absorbe y despliega por su estructura todo aquello que consume. No es de extrañar que pueda ser caracterizado con figuras monstruosas como las que encontramos en el terror cósmico. De ahí el ejemplo de La Cosa.

[5] Ibid., p.27

[6] Nombrando a Jameson, Fisher hace hincapié en lo horroroso de este avance de desterritorialización y reterritorialización que el realismo capitalista acomete contra el inconsciente “penetrando cada poro del inconsciente” (Fisher, 2018: 30) cuyos efectos vemos en las articulaciones cotidianas de la vida onírica de las personas.

[7] Ibid., p.36

[8] Lo cual, el Estado sin Estado que proponen D&G no se muestra en contra de cierto grado de estatalismo (de ahí lo de la prudencia y en cierto modo su desprendimiento del anarquismo), lo suficiente como para no colapsar los posibles puntos de fuga o la experimentación que permita progresar en el descubrimiento de las “condiciones de imposibilidad” que se exploran en el proyecto post-kantiano de Mil Mesetas.

[9] Ibid., p. 38

[10] Ibid. p. 41

[11] Ibid. p. 43

[12] Define al realismo capitalista como “un parásito abstracto, un gigantesco vampiro, un hacedor de zombie” (Fisher, 2018: 39), indicando que precisamente aquello de lo que se alimenta somos nosotros, por ello recuerda en la misma página que “en cierto sentido la élite política simplemente está a nuestro servicio; y el miserable servicio que nos provee es lavarnos la libido de modo sumiso, representar los deseos de los que no nos hacemos cargo como si no tuvieran nada que ver con nosotros”.

[13] Ibid., p.53

[14] Que a la par podríamos decir con las citas que hay en el texto de Deleuze, la impotencia no es meramente reflexiva, no en el sentido de un pliegue sobre la representación sino como pensamiento, sino del deseo mismo. La demanda se articula mediante el poder económico y la respuesta no es que se pueda o no acceder a ello, sino que aquello ya está allí. El deseo se objetualiza y el sujeto se afianza en un doble encierro: endeudamiento y promesa. Dicho con Fisher y Deleuze, paga por su propia explotación (Fisher, 2020: 55)

[15] Ibid., p.65

[16] Ibid., p.66

[17] Ibid., p.82

[18] Mark Fisher complementa a esto su experiencia como docente y la paulatina desintegración del interés demandado hacia los profesores por centrar su misión como maestro en los números y cualificaciones en vez de la tarea pedagógica que le es propia. Ibid., p. 85

[19] Ibid., p.100

[20] Ibid., p.98

[21] Ibid., p.104

[22] Ibid., p.106

[23] Ibid., p.108

[24] Ibid., p.115

[25] Ibid., p.119

[26] Ibid., p.152