El Principio del Fin / Universidades Acampadas


En el seno de las metrópolis es donde el imperio puede caer. Todos los focos de emergencia, todas las insurrecciones capaces de poner en jaque al poder, tienen su origen ahí, donde no se puede ver de tanto mirar. Todo reside en eso: una ciudadanía que por momentos es capaz de reconocer la guerra civil en curso, aunque desvíe la mirada porque, de momento, “no estamos tan mal”. Pero a veces suceden oleajes de mayor calado, cuya envergadura difícilmente puede ser parada con unos cuantos matones uniformados y algunos fanáticos contratados por organizaciones fascistas para dar el cante mediático. Las universidades, a lo largo del globo, concentran las reivindicaciones ante lo insoportable de un genocidio que no parece tener fin. Nuestra rabia e impotencia ante la inacción y caradurismo de l_s dirigentes polític_s entregados a un plan propuesto por el más fuerte de la manada internacional. Pero ¿de qué nos extrañamos? ¿No ha sido prácticamente así desde hace ya bastante tiempo? ¿No hemos estado asumiendo y tragando infinidad de veces recortes en el sector público por privatizaciones de todo tipo? ¿No hemos tenido que atragantarnos con nuestras propias palabras empleando enormes cantidades de silencio ante una situación constante de precariedad y vulnerabilidad? ¿No es la peor de las libertades la que estamos viviendo desde hace años?


Oímos hablar de la última gota que colma el vaso, oímos que todo parece cada vez más insoportable, ¿Llegará? ¿Habrá un momento en el que estemos ya tan cansados que no nos quede otra que unirnos? ¿Qué nos queda ante esa gota que nunca llega?

Sabemos que es la última barrera, el último bastión, el inicio del final. La guerra civil se halla en el desborde de ese vaso, el líquido desparramado poco a poco. Tal vez la gota no haga falta si la superficie no deja de estar asediada por terremotos, movimientos sísmicos de todo tipo. Incluso, hay ya tanta agua fuera del vaso que el problema no se trata tanto del derrame sino de la cantidad por ahí esparcida. ¡Todas las condiciones para la revolución las sufrimos en nuestro día a día! Aún así, lo que hay que destacar de ello es que hay un aguante indefinido, un aferrarse a la vida por más que las condiciones sean miserables, una resistencia de trinchera, anclados a cómo están las cosas, a qué hacen de nosotr_s, los anonim_s, el bloom, el potencial enemigo que temido que somos sumergido en un temor mayor, ya que todo siempre puede ir a peor, ¿para qué desbordar inoperantes en una situación que no cuenta con nosotr_s? ¿Cuándo contaremos con nosotr_s? La supervivencia, con dos, tres, cuatro, cinco trabajos, cobrados en negro, sin seguridad social ni cotización de ningun tipo, condiciones más que precarias, donde reina la explotación silenciosa, un secreto guardado y sufrido por tod_s, una comunidad del dolor, compartir lo mal que están las cosas y su deriva catastróficaQuieren que hablemos del universitario sin posibilidades de encontrar trabajo, también hablamos del paría que no quiere trabajar, de quien duerme a la intemperie o quien a través de su ventana observa como los Hipsters urbanitas colonizan su barrio. Hablamos de la identidad de la tierra, de la identidad de lo comunitario, del ciudadan_ que solo tiene a su igual. Hay algo ahí, algo que insiste tanáticamente, hallando el placer en el goce y su repetición en las penurias y sus pronósticos. Como aquell_s consumidores de películas de desastres climatológicos, enganchados a un Tiqqun, una escatología violenta y apocalíptica que acabe con todo, que arrase con todo. Pero no se cuenta con nosotr_s. Se disfruta de un simulacro nihilista hasta que lo real de la fantasía acomete sin piedad sobre sus creador_s. Tod_s somos dignos de ser sacrificados, pero ningún yo quiere sacrificarse.


Hay ciertas imaginerías para las cuales no estamos preparad_s. Ciertas fantasías que vienen a suplir una dolencia presente pero cuya sincronía resta muy alejada de lo que en efecto se requiere a nivel estructural y organizativo. Esta disincronía, proveniente de una escucha atrofiada e hiperbólica por años de asperezas en la impotencia y los márgenes del poder, puede ser rellenada con cualquier cosa ¡Qué difícil es la escucha!. Literalmente, cualquier cosa. Terraplanismo, ser el dueño de uno mismo, teorías conspirativas no conspiracionistas, gorros de plata, enemigos imaginarios a lomos de habladurías y estadísticas inventadas por medios de mierda, amistades sin rumbo que cartografia su propia soledad con lo primero que ofrece mínimos destellos de una comunidad perdida, militarismo de pacotilla, complicación en lugar de complejización del pensamiento y un largo etcétera que seguro, querid_ amig_, has tenido que lidiar. Sólo los parecidos pueden diferenciarse, sólo a través de las grietas podemos recordar a nuestros iguales.


A pesar de todo ello, en las universidades alrededor del mundo, comenzando en las de EEUU, se ha iniciado un movimiento, un proceso, que bien podría propiciar la aparición de ciertos comunalismos. Darnos cuenta que somos más de l_s que nos imaginamos. Incluso recuperar cierta fe que nos emancipe de sus redes de desinformación. Escuchar que no estamos sol_s, que los afectad_s y los sin poder nos tenemos cerca por muy lejos que nos hayamos ido quedando en su océano de redes. Las acampadas, las de aquí y las de allí, contienen el germen no sólo de denuncia contra un genocidio en curso y la complicidad institucional y mediática de los países que se muestran tibios ante los ya 40.000 muert_s y subiendo; también de un hartazgo que nos cuesta ver detras de tanta cara filtrada. Cuando millones han sido forzados a abandonar su hogar. Estamos presenciando hasta dónde son capaces de llegar los estados por mantener ciertas relaciones comerciales y diplomáticas. Nuestras vidas no importan mientras el dinero corra. El poder no es invisible, no es complejo, es el caradurismo de una economía que nada entiende, que todo lo soporta. Vosotr_s trabajad, nosotros gestionamos.

Lo que vemos en nuestros teléfonos, a través de las redes sociales, la televisión, la radio, los periódicos digitales, es solo un reflejo del sadismo internacional que siempre ha estado ahí. La lógica imperialista, la conquista de territorios, la destitución (mediática, lawfare, asesinato, etc.) de gobernantes molestos, la aplicación de medidas legales para saquear y hacer espacio a la especulación, y un sin fin de latigazos provenientes de pulsiones cronófagas y antropófagas nos deja con la pregunta, ¿cuándo caerá esa gota que haga derramar el agua? He ahí una muestra con las acampadas y las consecuentes batallas campales que vimos en EEUU y Alemania. Pasan la escavadora al echar a los estudiantes, no solo para impedir que la acampada regrese, lo hacen para ocultar bajo el barro la vergüenza propia de su antisemitismo positivo.


Lo curioso también lo vemos por ejemplo cuando, en el caso particular de la Universitat de Barcelona, ante la aparición de esta oleada internacional por la ocupación de emplazamientos universitarios, se haya mostrado afín al movimiento estudiantil. ¿Qué pasó con ello? ¿No da la sensación de que la manifestación que partía desde abajo, pasó hacia arriba perdiendo en ese traslado cierto sentido? ¿Para qué acampar en un lugar que está a favor de nuestra lucha? ¿No es acaso una medida disuasoria? ¿O acaso podemos utilizar las instalaciones para ponerlas al servicio de una militancia que efectivamente se eleve al juego institucional? O al contrario, ¿estamos frente a un embotellamiento de la fuerza estudiantil? ¿No le pasó esto exactamente a Nirvana al ser absorbido por la fama propiciada por su ascenso en los charts de MTV? El movimiento es juvenil, anónimo repleto de caras pixeladas, fuera del control de ningún poder pese a que a este no le dejen de salir novias. Son varias las contestaciones donde se rechazan a los partidos políticos, donde se dice que ellos son el organismo. 


Todas estas acampadas tal vez sean las lluvias que tanto necesitábamos ante la sequera de un sacrificio constante, de un aguante y supervivencia que no merece más nuestro sudor, trabajos de mierda, amistades de mierda, políticas de mierda. Combatir nuestro presente “tengo (un) sueño” por la alegría de encontrarnos en lo pésimo.Nos han encerrado tanto, empujado tanto que ya nos han dado la dirección: ¡Sólo desde abajo se puede subir!  Algunos querrán desertar como Biffo, mientras que aquellos que se quedan ya no están para resistir, para aguantar, para subsistir en la precariedad. Palestina ha evidenciado lo que entre Ucrania y Rusía no se cansan de insinuar: ya no somos ni carne de cañón, ni herramientas útiles. Drones sin pilotos, IAs que deciden donde bombardear, ataques a bases vacías, en su estrategía ¿Dónde estamos? Ante el genocidio, la insurrección. ¿Qué hacemos pues con las viejas herramientas que solíamos usar? ¿Podemos convertirnos en la pandemia final de este viejo capitalismo y sus viejos (aunque de apariencia secular y modernizada) fascismos, siendo imposible gobernar tanta ingobernabilidad? ¿Cómo organizarnos? ¿Por cuál complejidad optamos y cómo integramos los parapetos y trincheras que impiden el avance? ¿Qué procesos debemos potenciar y cuáles empezar a abandonar paulatinamente? 

Despúes de que Milei ganara las elecciones no ha habido más que recortes, saqueos y un constante desfalco de lo público bajo la égida de “es que hay que bajar la inflación” y mintiendo como perro muerto aludiendo a noséqué casta que pagará todo. Ha eliminado el ministerio de Educación y creado el de El capital humano en un ejemplo más de que nuestro valor de uso es la productividad. La fuerza sindical está podrida, la policía, los medios de comunicación, etc. Lo que está hiperinflado no es solo la economía sino todos sus satélites. Por eso tras la satisfacción de pegarse un tiro en el pie, vienen las curas. El diálogo social tomó otra forma. Los medios alternativos, en redes sociales y demás pusieron en funcionamiento la maquinaria de la teoría-praxis compartida con la cual reforzar la creencia en un mundo que se derrumba y es común, a la par que se infiere en la cotidianeidad para trastocar los deseos. En estas conversaciones, entrevistas, encuentros, se halla una profusión de ánimo por la multiplicación de espacios creativos desde los cuales articular valores estratégicamente. Algo semejante en las okupaciones de las universidades en las que se ofrecen consejos para resistir los embates de la policía, organización del campamento, guardias, charlas, etc. Como en los movimientos Occupy en su día, el 15M y los indignados. Las distancias se acortan, los ritmos se sincronizan y las intensidades aumentan su caudal. La tracción de los procesos que se inician parecieran tomar una consistencia destituyente tal que si se le opone fuerza conservadora lo único que podría llegar a gestar es la eclosión insurreccional de una guerra civil localizada. 


La justicia social ante el genocidio perpetrado por el sionismo durante años no solo ha recaer sobre la cabeza de esa puta alimaña sino de tod_s su jodidos cómplices. Hablamos de una internacional genocida y de su larga historia. La cosa no se reduce a esta intensificación del territorio gazatí sino una infinidad de frentes en los que el imperio se ha dedicado a campar a sus anchas, enemistándonos frente una minúscula porción de poder frente a la cual solo puede quedar un_. Emplead_, investigador_, jef_, director_, secretari_. ganador_… ¿Qué juego de mierda, no? ¿Competir sin fin para mejorar qué condiciones? ¿Qué antropología de mierda, no? ¿Si no fuera por la competitividad no tendríamos lo que tenemos? ¿Y qué carajo tenemos sino precariedad y una constante situación de vulnerabilidad? ¿Acaso el único residuo que queda de libertad en nosotr_s es la posibilidad de suicidarnos? Han abierto nuestras diferencias, nos han señalado las singularidades de tod_s para que la competencia haga su trabajo. ¡Vivir es competir! Se ha hecho del deportista de élite un referente; pero en su apertura, en su construcción, hemos detectado sus flaquezas. Luchamos por lo singular de cada pueblo, de cada germen, de cada cuerpo que som_s. No son los gazaties quienes mueren sol_s, allí está representado un poder que ordena y manda sobre el vínculo a la tierra. La abuela que mira como derrumban su casa es el espíritu de los nietos que duermen en las universidades metropolitanas.  

Llueve, no llueve, se derrama el agua del vaso, no lo hace, la gota llega o no… Sea cual sea la situación particular en la que nos encontremos, algo del deseo se ha de ir abandonando. ¿Qué? Tú sabrás. Reúnete con aquell_s que sintáis el dolor del mundo y haced algo. Por muy tonto que sea, como sacar un libro conjunto, crear una película, una serie, acampar en la universidad, no ir a trabajar en masa y quedarse en un bar, reunirse para conspirar, investigar casos de corrupción, infiltrarse en comités de empresa, sabotear redes de tren, cortar carreteras, no ir a comprar a supermercados mafiosos, escribir piezas periodísticas en conjunto, crear proyectos culturales de todo tipo, montar un partido político… Y no necesariamente todo tiene que estar bajo la línea de cierta militancia o pertenecer a células organizadas, nada de eso. Seréis fáciles de reconocer, fáciles de encuadrar (framed), como terroristas y de ahí la excepcionalidad con la que acabar con vuestros cuerpos bacterianos. Recordad que sois cualquiera. No os entreguéis tan fácilmente a una vida laboral asalariada que hace del trabajo un credo. No cerréis el ataúd tan rápido. Hay que empezar a acostumbrarse a proyectar el mundo que queremos ver, siempre estamos señalando las causas de un mundo basura. Objetivamente, hablando acorde a lo sucedido, a las líneas de corrupción de la Tierra, etc. Pero si ya sabemos qué patrones son una aberración, tenemos entrenada nuestra intuición para ver cuando nos hemos comportado como tremend_s gilipollas o l_s otr_s lo han hecho, y solo postergamos una forma de vida al pasar de dichos afectos, ¿qué pasaría si les prestamos atención? ¿Qué sucedería si a ello se le diera cabida con un acto de creación? ¿Si lo compartimos en lugar de guardarlo como material cómico para la chanza del bar entre colegas y disminuir así, reducir, los afectos a meros chascarrillos? “¡Que nadie se ría de mí, soy el único que puede hacerlo! ¡Mi miseria, mis normas!”. Resulta que es más compartida de lo que uno se piensa.


Make it rain, the clouds must have been in pain, but the freshness of this water comes from the courage of shouting it out. Now that we are all wet, we discovered we live under the same conditions. We woke up. We hear each other through the electricity running fast in the water, like a huge body made of storms. We don’t know who we are, but it feels like home. We make it like home. 


Editorial Metaxis, 11/05/24